sábado, 18 de abril de 2009

Genio y mediación. Shostakovich y la cultura europea (Viene de los bigotes 2)

Las concepciones acerca del arte y de artista han hallado, a lo largo de su historia, variados asideros geográficos y conceptuales en donde desplegarse y solidificarse. Dmitri Dmítrievich Shostakovich (1906-1975) ha sido un músico que, tanto en sus composiciones como en la práctica musical, ha intentado perpetrar un modo de entender el arte (y la música en particular) si no original, cuanto menos polémico en la Rusia soviética de Stalin y Zhdanov.
En lucha con ciertas lecturas del célebre “realismo socialista”, Shostakovich luchó por forjar un tipo de estética musical que superara el típico desafío ruso. Los grandes músicos rusos, desde el “grupo de los cinco” (Balakireff, Rimsky-Kórsakov, Borodin, Mussorgski y Cui)[1] tuvieron el peso de tener que combatir dos frentes: por una parte, asimilar culturalmente la interpretación rusa de la(s) estética(s) europea, i.e. la recepción del clasicismo y el romanticismo musical. El proverbial hontanar de ideas -en materia de arte- centroeuropeas, era el combustible que habría de sacar a la “alta” cultura rusa de su extensa Edad Media[2]. Sin embargo, había un motivo estético que, para la gestada estética eslava no podía ser violado, a saber, la adopción de elementos rítmicos, melódicos y armónicos del folclore eslavo. Naturalmente, tal admisión estaba supeditada al cedazo académico, encargado de realizar las bellas componendas a la luz de los criterios europeos de la música tonal. De esta manera, no hacerse eco del espíritu progresista de tal mestizaje no era sino una torsión reaccionaria hacia la noche de los tiempos. El tropismo artístico del músico ruso habría de realizarse en un movimiento pendular que oscilaba entre un menor o mayor grado de adopción a esta “estética rusa”. Los meandros explorados anteriormente a la Revolución del ’17 seguían tales perspectivas artísticas. La irrupción en la escena musical de renovadores de tales paradigmas, cuyo máximo exponente es I. Stravinski, contribuyó a propalar un fiat artístico novedoso y herético respecto del XIX ruso. La ornamentación, el aticismo típico y el encomio a las dos fuentes principales mencionadas, eran preludios de un nuevo avance del espíritu en Rusia. La consecuente migración de músicos (entre los cuales Stravisnski es el más trascendente) a Norteamérica o a Europa occidental es un dato del rechazo artístico y político por parte de la estética revolucionaria -el evocado realismo- de los nuevos tiempos. La felonía cometida, ya contra la estética delineada por la costumbre rusa, ya contra los textos curriculares del Partido, implicaba traición a la patria, la cual se pagaba con el exilio.
En 1926, la Orquesta Filarmónica de Leningrado (hoy San Petersburgo), presenta la primera composición (Sinfonía nº 1, Opus 10) de Shostakovich. Ya allí se advierten variantes in nuce de lo que habrá de ser nuevos desarrollos estéticos de la música rusa. La postura ante el relicario ruso de los dos manantiales se muestra distorsionada. En rigor, no será hasta la 5º Sinfonía y los cuartetos de cámara, en donde podremos divisar la maduración en su postura refractaria ante la tradición. Shostakovich, eminente ejecutante del piano, había estudiado a la perfección a los clásicos y a los románticos europeos. Con todo, a su admiración por ellos y por la música folclórica eslava, se agrega un nuevo elemento formando una tricotomía: la nueva música moderna (Schönberg, Stravisnki, etc).
En este contexto, el aporte de Shostakovich se dirige en dos direcciones, a saber, mediación y repetición. Ante la perspectiva ruso-decimonónica de prohijar “formas” europeas con aires eslavos, nuestro músico plantea en sus composiciones[3] una inversión. El “aire” eslavo se textualiza en elementos dinámicos (fraseológicos principalmente) que pueden mutar en una misma obra. No es el ligero apego a figuraciones rítmicas o escalas “originarias” de tales fuentes. Por el contrario, la heurística de Shostakovich concretiza y -a su vez- disuelve lo incorporado “vagamente” por el siglo XIX[4]. Por el contrario, frente a la tendencia atonal y serialista del XX, Shostakovich muestra un clivaje: la distribución de los materiales y “motivos” adecuada al tipo de obra. En efecto, mientras que sus cuartetos de cuerda[5] (o, en general, sus obras de cámara) despliegan un acercamiento hacia una estética exploratoria en el mencionado serialismo; las obras orquestales, tales como las sinfonías compuestas en los 50’, o sus óperas, dan vida al elemento inerte contemporáneo. Ni adopción acrítica de la diseminación de las formas tardo-modernas, ni la cándida subsunción al legado del XIX.
Gran parte de la obra de Shostakovich representa el intento por trabajar la perenne mediación del arte consigo mismo. Nuestro músico no fue un majestuoso “renovador” de las formas musicales como, tal vez, el vanguardismo de Stravinski. Ha hecho, pues, un trabajo mucho más sutil: sopesar y componer elementos heteróclitos en una tradición en tensión.
“Shostakovich compositor” no deja de sorprender al oyente atento que ve en similar, lo adventicio, en las armonías tonales, la disonancia, y en la forma clásica, la prolepsis de una estética prospectada.


Damián J. Rosanovich



Bibliografía:
-Blakeley T., La escolástica soviética, tr. C. Montaner, Madrid, Alianza, 1969,

-Cui, C. (1880), La música en Rusia, tr. J. Marañón, Bs. As., Espasa-Calpe, 1947.
-Kramer J. D. (1989), “Shostakovich”, en Invitación a la música, tr. A. Arduino, Bs. As., Javier Vergara, 1993.
-Meyer, K. (1998), Shostakovich. Su vida, su obra, su época, Madrid, Alianza, s/d.
-Seroff V. (1942) Dmitri Shostakovich. La vida de un compositor soviético, tr. H. Labrada Bernal, Bs. As., Poseidón, 1945.
-Zenkovski B., Historia de la filosofía rusa, tr. cast., Bs. As., Eudeba, 1967.



[1] Cfr. Cui C., La música en Rusia, tr. J. Marañón, Bs. As., 1947
[2] Como es señalado habitualmente, la Edad Media -en términos de “ideas y creencias”- rusa alcanza hasta la primera mitad del siglo XIX. Cfr. Zenkovski B, Historia de la filosofía rusa, tr. cast., Bs. As., Eudeba, 1967, cap. 1; Blakeley T., La escolástica soviética, tr. C. Montaner, Madrid, Alianza, 1969, cap. 2.