Por Victoria Palacios
“Canto el ansia de estatua que persigues sin tregua,/ el miedo a la emoción que te aguarda en la calle./ Canto la sirenita de la mar que te canta/ Montada en bicicleta de corales y conchas.”
En: Federico García Lorca,
Oda a Salvador Dalí, 1926.
La intervención urbana de bigotes en los afiches políticos, mención a los bigotes de Duchamp sobre La Mona Lisa vendida. Gesto político moderno, signo negativo que escenifica la prostitución del arte en su relación con el mercado. ¿Por qué, entonces, nombrar a esta revista losbigotesdedali y no los bigotes de la Gioconda o los bigotes de Duchamp? Porque los bigotes de Dalí son los más aristocráticos, y en ese movimiento hacia arriba, verticalista, que irá afilando con los años, puede leerse el trayecto de los códigos artísticos que irán cerrándose y pegándose a los códigos de la elite. La desconfianza actual, desde los grupos de poder, en la educación estética hace evidente este peligroso clasicismo. Dalí, sólo nos importa en su desconcierto. Su propio desconcierto frente a la obra que producía. Pensarlo a Dalí, es volver a pensar en Lorca, en Buñuel. Entonces, ponemos el acento en el poema de Lorca sobre Dalí. Federico interpreta el movimiento, el codeo de Dalí con el poder como el movimiento de las estatuas: “¡Oh, Salvador Dalí de voz aceitunada!/ No elogio tu imperfecto pincel adolescente/ ni tu color que ronda el color de tu tiempo,/ pero alabo tus ansias de eterno limitado./ Alma higiénica, vives sobre mármoles nuevos./ Huyes la oscura selva de formas increíbles./ Tu fantasía llega donde llegan tus manos,/ y gozas el soneto del mar en tu ventana.” El significado que excede el “elogio” de Lorca, y que excede la obra de Dalí, es la expresión del valor del trabajo del artista: la puesta en acto de una imperfección, como el seguimiento de un tiempo pulsional, y a su vez, la mediación en un momento histórico determinado. Nada más. El resto no es un elogio, es una examinación. Un bigoteo.
