sábado, 27 de marzo de 2010

TODO POR NADA

LLeváte todo y no me hagas nada. Casi una frase hecha entre nosotros. Sin embargo ahora la escuchaba en boca de un personaje de película infantil hollywoodense. Hasta qué punto se trataba de una traducción fiel o de una adaptación local era algo que no podía dilucidar. Sí podía entender qué expresaba y casi me estremecí. Un film actual, destinado a los niños, con un protagonista estrella que se pierde en un pequeño pueblo y que ante el primer acercamiento de un lugareño reacciona así, exhibe la percepción de una clase que jamás experimentará el contacto con el desconocido como posibilidad de encuentro, porque siempre lo intuirá como amenaza. No importa que con el desarrollo de la historia el otro pueda probar su inocencia y de hecho se entablen verdaderos y sólidos vínculos de amistad y solidaridad. Lazos que la gran ciudad le negaba al joven inexperto, desdeñoso y engreído. Ese es el tema del relato y de hecho lo cuenta muy bien. Es la frase lo que me perturba. Que se admita así, explícitamente, el enfrentamiento entre los poseedores y los desposeídos, adjudicándole a cada uno un rol inmutable: el desposeído se lleva y hace. El poseedor, dispuesto a entregar todo lo material, suplica que no haya ataque. ¿Por qué qué es hacer(me)? Intervenir sobre el cuerpo del otro. Ejercer violencia de múltiples formas hasta llegar a la peor de ellas: la muerte. Todo pero nada. Todo por nada. A veces el pacto se quiebra. Y no solo se lleva, también se hace. O no se alcanza a llevar pero se hace. Entonces se esgrime el desprecio por la vida. Para quien la vida le recuerda todo el tiempo que no existe, al menos participar en la muerte de otro es un modo de hacerse visible, de materializarse, de ser buscado, de tener identidad. Los victimarios o su grupo también padecen intervenciones a cambio de nada o de muy poco. Y como lo que pueden dar no es precisamente material, se actúa sobre los cuerpos. Voluntariamente, claro. Pelo, semen, orina se donan por unas pocas monedas o por insignificantes regalos. Las contribuciones de sangre pueden justificar la inasistencia a un trabajo. Los cuerpos se ofrecen a la industria farmacéutica para la experimentación. Los vientres se alquilan para cobijar al bebé de otros y lograr que entonces un juez consienta la guarda de los propios. Las sucesivas ablaciones no cesan de mutilar: separando a un órgano de su anatomía, a un hijo de su madre, a una niña de su decisión de ser mujer y no esclava sexual. Se arrebata, se extirpa, se amputa y el dolor no puede traducirse en grito.


¿Es tan incomprensible que les cueste apreciar la vida ajena a quienes se les dice (de manera brutal, descarnada y no poética) que su vida no vale nada? ¿Mientras se los despoja, arrancando su consentimiento o por la fuerza, pero siempre bajo un manto de silencio social, de todo lo que merece precio?.

                                                                                                                                            Nancy Manoli

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