martes, 30 de diciembre de 2008

La vigencia de un clásico. Un guapo del 900

La obra “Un guapo del 900” de Samuel Eichelbaum abre las puertas para adentrarnos en un mundo de compadritos en donde la lealtad es el único bien que no se negocia.

Por Claudia Quintana

La puesta de “Un guapo del 900”, que ha auspiciado hace tiempo la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación para el ciclo El teatro en las calles ha obligado a una primera reflexión. ¿Qué tiene de vigente una obra del año 1940, con su temática política y sus orilleros, en la Buenos Aires de hoy, atareada por el vértigo de la velocidad y el individualismo? En segundo lugar, y dado el éxito de público que en los diferentes barrios ha visitado la obra, ¿qué encuentran los espectadores en ella?

Estrenada en 1940, la obra representa un momento político específico de nuestro país. Nos encontramos en el 900 y por entonces la actividad política está centrada en los comités, territorio dominado por los caudillos. Éstos imponen su influencia por medio de alianzas, fraude electoral y especialmente gracias al manejo de sus guapos orilleros, hábiles en el manejo del cuchillo.

Ecuménico, el protagonista de la obra, personifica al guapo por excelencia. Encarna de manera elocuente todas aquellas características de este singular personaje de la Buenos Aires de principios de siglo: leal a sus amistades y al caudillo a quien cuida las espaldas, reacio a expresar sus sentimientos, respetado por pares y ajenos, temido por sus adversarios.

Un personaje no exento de contradicciones. El crimen, dentro del mundo de significaciones que maneja el guapo, es parte de su comportamiento, una muestra más de sus convicciones y una manera de hacer justicia en base a valores propios. El modo de razonar de Ecuménico es lacónico, cortante y más fatal que las heridas que provoca su cuchillo: - A mi nadie me ha mandado matar. Nadie me ha mandado nunca. Me juego solo. Para este bravo orillero, el honor no es una palabra vacía de contenido. Es toda una forma de vida.

Pero un bosquejo del carácter del guapo no estaría completo sin considerar al otro personaje decisivo del conflicto, su madre Doña Natividad. Su línea de pensamiento coincide con la de Ecuménico, debido a que ambos defienden la misma concepción de la lealtad. Es una Natividad dura, dueña de las situaciones en las que participa, sin ambigüedades y sin contradicciones internas como las que comenzará a manifestar su hijo más adelante.

La singularidad de la obra consiste en exponer el proceso interno, por medio del cual, la carga de una muerte se vuelve demasiado pesada para un Ecuménico decepcionado por el giro que han tomado los acontecimientos. El cuchillero de ley está atravesado por una profunda evolución interna, ya no le interesa mantener el dominio de su guapeza y en esa búsqueda larga y dolorosa ha encontrado, finalmente, la purgación de sus antiguas faltas. ¿Cuál será, entonces, la decisión final de Ecuménico con respecto a sus actos?

En este sentido, “Un Guapo del 900” ofrece, para el público de hoy, una notable pintura de época, con personajes y modos de vivir la política que no han dejado de tener vigencia. Pero al mismo tiempo, se trata de una obra que indaga en las complejidades del alma humana y en las luchas internas que dirimen los personajes por reencontrarse en sí mismos, despojados de antiguas costumbres que sostenían su existencia. Singular reflexión sobre la bravura y el honor, la dinámica del conflicto y el vigor escénico de los personajes justifican la vuelta de este clásico del teatro nacional.

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