jueves, 11 de diciembre de 2008

Más del Rapto: Rococó quería volar de Mónica Correa

Había una vez una bella rosita rococó del color rosado que ustedes imaginan, ese que pinta las ilusiones de todas las personas de la tierra y las alas de los ángeles que cuidan a los niños desde el principio de los tiempos.
Se llamaba Rococó, no sólo por pertenecer a dicha familia de rosas, sino por su manera coqueta de bailar con el viento y por su costumbre de guardar secretos de amor bien plegaditos entre sus pétalos perfumados.
Todas las flores del pantano, donde había nacido, le contaban sus penas, sus deseos porque ella sabía murmurar palabras aterciopeladas que suavemente se colaban por los oídos y mágicamente se convertían en agua fresca y cristalina que lavaba la mirada de tal manera que después de charlar con Rococó, el horizonte se ensanchaba tanto, tanto que todos los problemas se veían con amor, con humor y esperanza.
Rococó era feliz cuando sus hermanas y hermanos vegetales encontraban consuelo, no podía soportar el doloroso silencio de nadie, sentía que era mucho menos pesada la carga de los problemas si se compartían.
Así transcurría su vida, tan ocupada en buscar palabras curativas para ella y para todo el pantano porque si de algo estaba segura Rococó era del poder de sanación de las palabras, por supuesto que en idioma vegetal.
Pero una mañana de primavera la vida de Rococó dio un vuelco: Todas las flores, todos los arbustos y árboles dormían tranquilamente cuando ella despertó. Apenas nacía el día, era tan temprano que ya se estaba acomodando en su corola para dormitar y seguir soñando cuando el aleteo vigoroso de un pájaro extraño la despabiló.
Miró hacia lo más alto del cielo y lo vio.
Se enamoró de él a primera vista.
"¡Ah qué vuelo tan recto, tan esplendoroso, qué planeo fascinante el de este joven pájaro!"- se dijo Rococó.
Pero más que palabras le brotaron temblores rojos a ella, que era rosada...
A ella que era rosada y pudorosa un escalofrío le recorrió su verde cintura cuando él la miró de soslayo con esos extraños ojos amarillos que eran sólo dos líneas tan rectas como su vuelo.
Vuelo negro de plumas negras en el rosa-rosado-rojo del cielo, en el rosa-rosado-rojo de su anhelo.
Cuando el ave desapareció, Rococó quiso esconder este secreto, pero era tan grande que no le cupo en su delgadez. Al despertarse todos sus amigos pudieron verlo a la luz dorada de esa nueva mañana pero, aunque se acercaron sorprendidos por el cambio que se había operado en Rococó, no pudieron entender nada porque ella permaneció callada, ida, flotando con la brisa durante muchos días.
Por las noches casi no dormía por miedo a perderse las piruetas en el cielo de su amado al despuntar el alba.
Con tanto amor lo miró durante tanto tiempo que sus miradas comenzaron a encontrarse rápida y fugitivamente.
Su familia vegetal estaba muy preocupada, la veían palidecer y adelgazar según pasaban los días, por eso una tarde decidieron hablar con ella.
Rococó, aunque quería contarles a todos, sentía que esta vez no tenía palabras, claro, el amor no se puede explicar... Igualmente todos la comprendieron y le pidieron que les comunicara cómo ayudarla.
Ella les dijo simplemente: "-Quiero volar para siempre con él".
Esa noche todos envolvieron sus raíces con mucha tierra húmeda y fértil para protegerla y se despidieron a pedido de ella para que al amanecer el ave se acercase a llevarla.
Vestida de novia por el rocío perlado del alba, posada sobre el pantano esperó trémula a su amor.
De pronto un gran pico rasgó el cielo. Antes de que dos blancas nubes vendaran la herida abierta en la piel celeste, Rococó pudo entrever, con miedo, ese otro mundo del que alguna vez había oído hablar...
Cuando el ave bajó al pantano, ella olvidó toda desconfianza y aunque él no le dijo palabra al levantarla con el ala con ademán de plumífero prepotente, ella se sintió toda novia, toda íntima, toda completa y más Rococó que nunca.
El pájaro fue subiendo y subiendo, sin el menor cuidado por la frágil naturaleza de Rococó, pero ella estaba tan extasiada, nunca había contemplado la inmensidad de la tierra desde tan arriba.
Un brusco movimiento sacudió sus sueños, le tiritaron los pétalos al advertir que su amado piloto le había propinado un nuevo picotazo al cielo. Rococó vio su atuendo nupcial salpicado de sangre azul-celeste. Quiso hablarle pero no pudo, no le salían las palabras. En ese momento se dio cuenta que nunca había hablado con él.
Para confortarse recordó lo que su abuela Rococonona le decía: "-Naciste con una estrella, siempre tendrás su protección".
Rococó vio luces, calles, edificios, torres, autos, pero no podía descifrar el significado de ese nuevo mundo que quedaba detrás, adelante, abajo o arriba de su mundo.
Pero de pronto algo le fue muy familiar: Un cartel amarillo de neón hizo latir su corazón, claro era igualito a los ojos de él; entonces estiró sus pequeñas hojas y lo abrazó. El ave se sacudió bruscamente, no estaba acostumbrado a los mimos: Era un pájaro soberbio y solitario cuya familia era una empresa de aerolíneas que lo había pintado magníficamente en un gran cartel que era su hogar.

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